Cinco temporadas, pesan. Hay noches en las que no puedo dormir fácilmente, por lo que la mejor solución para mi insomnio es tomar mi iPad y poner Netflix, cuando tengo mis pensamientos más enrededados que una elección en el Estado de México, pongo Pokémon o Family Guy, pues el chiste es despejar la mente, pero cuando tengo ganas de pensar y motivarme con espléndidas actuaciones, pongo la primera temporada (y a veces la segunda) de House of Cards.

Ver actuar a Kevin Spacey (como Frank Underwood) y a Robin Wright (haciendo de Claire Underwood) es un deleite: los odio, los amo, los admiro, los imito, en fin, la calidad de la serie es innegable, pero después de cinco temporadas, es inevitable no admitir que ya no siento la misma emoción que antes.
La nueva temporada de la serie política parece haber dejado a un lado a los actores de reparto. Ahora, todo se centra en la pareja presidencial y sus problemas laborales y maritales. Los demás personajes siguen apareciendo en la serie, pero sus participaciones podrían suceder o no, sin que la trama principal sea afectada. Si lo pensamos y analizamos, son intrascendentes.
No se necesita ser un científico de la NASA para deducir que los Underwood siempre suelen salirse con la suya, pero la resolución que le da la serie a las elecciones presidenciales que ocurren durante los primeros cinco capítulos de la temporada, son en exceso previsibles, además de que dejan un mal sabor de boca, pues al menos para mi, no fue muy claro el proceso resolutivo.
Las pequeñas anécdotas que suelen acompañar cada capítulo, ya no enganchan como antes, la serie es un reflejo de la sociedad actual, tanto así, que hay escenas que parecen haber sido copiadas en su totalidad de cualquier noticiero nocturno, y para ver ese tipo de cosas, solo necesito abrir un periódico, no ver una de las series de ficción más éxitosas de Netflix. La realidad ya superó en emoción a House of Cards. Donald Trump puso la vara muy alta a nuestra capacidad de asombro.
Pareciera que a los guionistas de House of cards se les acabaron las ideas, nomás llegó Frank a la presidencia y se le acabó la «picardía» y la «astucia». El personaje tiene que evolucionar, cierto, pero en este caso, no se ve como un líder político con alma de «Porfirio Diaz» que pueda perpetuarse en el poder, sino que ya se le ve como un funcionario público más, cansado y agotado tras llegar a la silla presidencial.
Me da mucho coraje haber esperado tanto por ver una nueva temporada de House of Cards y quedar insatisfecho, los capítulos son largos como un día sin pan, no hay los suficientes incentivos para ver un capítulo tras otro (me tarde casi tres semanas en ver toda la temporada, cuando normalmente me echaba una temporada en dos noches).
Ojalá que las historias de la familia Underwood encuentren en futuras temporadas (por que se ve que esto va para largo) esa chispa e intriga que caracterizaba a la serie, que le vuelvan a dar peso a los personajes que acompañan a los protagonistas, y que no envejezcan tanto al elenco, pues esta temporada hizo de lado todos los personajes «juveniles» que refrescaban a la serie, para convertirse ahora en una serie añejada con personajes intrascendentes que están a dos minutos de la tumba.
La serie se puede encontrar en la plataforma Netflix.