Cuando anunciaron el lanzamiento de la película live-action de Aladdin en las salas de cine del país, una profunda sensación de felicidad inundó mi corazón: un pedacito muy querido de mi infancia volvería renovado a la pantalla grande, con un reparto prometedor y escenarios increíbles. Era definitivamente el sueño de mi niñez, considerando que Aladdin fue mi película favorita de Disney desde siempre.
La espere con paciencia, con ilusión, y cual fue mi sorpresa cuando la vi: la producción, espectacular; el reparto le hace justicia (en general) a los entrañables personajes de la versión animada; las canciones originales muy buenas (igual no me atrevería a criticar un soundtrack tan increíble de Alan Menken); y la historia, bueno… la trama no me convenció del todo porque alguna persona brillante, y por lo visto influyente, decidió que no era lo suficientemente acorde con los valores y las tendencias sociales de nuestros días, de tal manera que necesitaba un “twist” de modernidad.

Me explico. La trama en esencia fue la misma, pero algo sustancial cambió: el papel, las actitudes y la perspectiva de Jasmín cobraron especial relevancia, como si ahora ella fuera todo el foco de la historia. Se la pasa haciendo alarde de su intelecto, de sus conocimientos de la geopolítica de la región, cantando en protesta o bien discutiendo respecto de los comentarios poco afortunados y “machistas” de Jafar, y en general, demostrando que ella es digna de ser la próxima sultana de Ágrabah.
En pocas palabras, su historia de amor con Aladdin, el chico pobre pero de buen corazón que vaga por las calles de su reino, pasa a un segundo término frente a sus ambiciones políticas y de emancipación. Si bien se nota la química entre los actores, y se rescatan escenas inmortales como la de “Un mundo ideal”, no deja de estar presente el rasgo de “poder femenino” en cada una de sus acciones, de sus diálogos.

No me malinterpreten, no es que esté en contra del empoderamiento de la mujer. Soy mujer y por lo tanto estoy contenta de atestiguar en mi tiempo el ascenso de más mujeres a posiciones importantes, a puestos de decisión. Me siento orgullosa de que se valoren y se reconozcan nuestras aportaciones a la ciencia, al entorno laboral, a las artes, y no menos importante, al hogar, siendo este último un trabajo que se ha minimizado y denigrado desde tiempos ancestrales. Sin embargo, lo que Disney nos trasmite con esta cinta, es una interpretación estereotipada, exagerada, y por tanto poco auténtica, de este valioso aspecto, (se observó un caso similar en la película recién estrenada Toy Story 4 con el personaje remasterizado de Bo Peep).
La forma en que esto puede hacerse más evidente es trayendo otro famoso y aclamado estudio de animación como sujeto de contraste.
La narrativa natural de Studio Ghibli
En este punto les platicaré un poco de las películas de Studio Ghibli, las cuales, sin mayor bombo y platillo, retrataron mujeres fuertes, independientes, seguras y generosas desde la década de los 80 que las vio nacer. Como ejemplo puntual podemos citar a la protagonista de “La princesa Mononoke”, San; y a Sophie, de “El increíble castillo vagabundo”.

San, joven humana criada por una diosa del bosque que asume la forma de loba, llamada Moro, pelea incesantemente contra Lady Eboshi, la dirigente de la Ciudad de hierro, una ciudad que acoge a ciertos grupos sociales típicamente repudiados, como los leprosos o las prostitutas, y les da un trabajo y una vida en comunidad. La razón básica del conflicto es el destino de los recursos naturales del bosque.
Sin abundar en detalles, porque cada película de Ghibli merece una entrada aparte, San es retratada como una joven indomable, que defiende con firmeza al bosque y sus criaturas, pues ellos le han dado cobijo cuando su propia especie la desechó y la abandonó a su muerte.
Detrás de su rebeldía hay razones de peso y una mujer que a pesar de enamorarse de Ashitaka, el protagonista masculino de la historia, de haberle salvado la vida y de luchar a su lado por la restauración del equilibrio entre el bosque y la ciudad, decide permanecer apartada de él, haciendo honor a sus convicciones. Sin dramas ni tragedias accede a verlo ocasionalmente, sin renunciar a todo aquello que ama del bosque, puesto que Ashitaka se había comprometido a restaurar la Ciudad de hierro.

Por otro lado, con Sophie Hatter, la protagonista de “El increíble castillo vagabundo”, somos espectadores de una evolución interesante: al inicio, se trata de una chica muy noble, que siempre se sacrifica por los demás, y que no se considera bonita ni sobresaliente en ningún otro aspecto; ella prefiere ser invisible. No obstante, conforme se desarrollan los eventos de la película y de manera naturalmente paralela a la historia principal, a través de su complicada relación con Howl, de su amistad con Markl, Calcifer y hasta con La Bruja Calamidad, despierta en ella una mujer segura, valiente, honesta consigo misma, que no por ello esconde su dulzura en un armario.
En ambos casos no se trata de una mujer perfecta, toda dulzura o completamente salvaje, se trata de personajes complejos, imperfectos, pero con una gran calidad humana y fuerza interior. En ninguno de ellos, y en general en el universo de Studio Ghibli, no se requiere de un estereotipo predeterminado como medio de empoderamiento. Su carácter está implícito desde el momento cero y se madura conforme transcurre la historia, de manera natural.
Retomando el caso Disney, yo diría que la versión animada de Aladdin (1992) era bastante buena per se. Jasmín ya era un personaje femenino fuerte y con voz propia; lo demostró en diversas ocasiones al rehusarse a un casamiento estratégico, al defender a su padre de la manipulación de Jafar, al aferrarse a su libertad, al enamorarse de un hombre que no cumplía con los estándares requeridos por su condición de princesa, y al cooperar con Aladdin para derrotar al villano de la historia. No era necesario a mi gusto, meterle todo ese golpe de “girl power”, porque ella ya era poderosa desde el principio.
En un intento de retratar mujeres empoderadas, a veces se caen en los excesos, en lo demasiado evidente, y en conjunto de atributos que se dan por sentado que deben estar ahí, como si sentir fragilidad o inseguridad, como si mostrar dulzura y amabilidad en automático té hiciera valer menos. No, no te hace valer menos, te hace más humano. Nadie está “high” todo el tiempo, tener altibajos es natural, pero cuando se tienen ciertos valores, convicciones sólidas, carácter y determinación, lo demás se acomoda solito.

En resumen, creo que estas películas de reciente estreno retratan muy bien algo que nos sucede como sociedad en un contexto más amplio: encaramos problemáticas ancestrales con una hipocresía abierta, a través de estereotipos físicos y de personalidad, de un lenguaje y de historias que consideramos que reivindica la causa; no obstante, en las acciones que cuentan, en los hechos del día a día, en nuestro manejo con los demás, seguimos acariciando los mismos prejuicios que tanto daño nos han hecho desde antaño.
Una vez dicho lo anterior, disfrutemos lo positivo de cada historia y luchemos por erradicar de facto y de raíz lo que nos estorbe para vivir un entorno más justo, más generoso y empático.