A veces, cuando me siento estresado y sin ganas de platicar con ningún ser humano, me da por caminar sin rumbo fijo por las calles del Centro Histórico, mi único compañero es un delicioso (e hipercalórico) frappé de galletas Oreo de la franquicia Santa Clara, francamente son una delicia.
Mientras deambulaba por ahí, descubrí un callejón justo a un costado del imponente edificio del Banco de México, dónde venden toda clase de libros, así como puedes encontrar todos los best sellers que se han llevado a la pantalla grande como Harry Potter, Crepúsculo o Bajo la misma estrella, también te puedes topar con verdaderas reliquias muy difíciles de encontrar en una librería establecida, como Gandhi o El Sótano.
Como llevaba una mano ocupada con mi frappé, sólo estaba chismeando y viendo títulos al azar, debo aceptar que la mayoría de los autores son muy desconocidos para mi, por lo que únicamente me llamaban la atención los libros que hablaran de periodismo, teatro y por supuesto: Economía.

De repente, entre una multitud de libros especializados en comunismo y vampiros sexys con abdomen de acero, descubrí Freakonomics. De inmediato llamó mi atención su portada, donde aparece la superficie de una manzana verde con el relleno de una jugosa naranja, esa simple imagen me hizo recordar a la popular serie animada Scooby Doo, donde nada es lo que parece, si sabes buscar bien y te atreves a ver la vida desde otra perspectiva, podrías encontrarte con una jugosa sorpresa.
Steven D. Levitt, considerado como el mejor economista estadounidense menor de cuarenta años, es la mente maestra de Freakonomics, su manera de ver el mundo es la clave del éxito de este libro, no por nada el Wall Street Journal dijo sobre él: «Si Indiana Jones fuera economista, sería Steven Levitt«.
Por otra parte, Stephen Dubner es coautor del libro y uno de los mejores periodistas del prestigiado New York Times, él fue el encargado de otorgarle al libro una estructura creativa y ágil, Freakonomics es una mezcla deliciosa de economía y narrativa.
A pesar de que Levitt fue alumno regular de la universidad de Harvard y cuenta con un doctorado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), no se le dan bien las matemáticas, él mismo confiesa que la econometría no es su fuerte y que tampoco sabe teorizar, pero al igual que un grupo carismático integrado por Fred, Daphne, Vilma, Shaggy y el inolvidable perro gran danés, Scooby Doo, que solían viajar en una camioneta llamada «Mistery Machine», lo que verdaderamente le interesa a Levitt es la esencia y los misterios de la vida cotidiana.

Si a cualquier padre de familia le llegaran a preguntar ¿a dónde dejaría ir a jugar a sus hijos?, ¿a la casa de los «Montemayor» (que tiene piscina) o a la de los «Pérez» (donde se sabe de buena fuente que el jefe de familia cuenta con una pistola)? La mayoría de las persona dejarían que sus hijos vayan a nadar con los Montemayor, pero si usted supiera que hay más probabilidades estadísticamente de que su hijo muera dramáticamente en un accidente acuático, que con el disparo de un arma de fuego… ¿Seguiría pensando igual?, ¿Evitaría prejuicios instantáneos?
Estos son los principios en los que se basan los autores de Freakonomics, las ideas fundamentales del libro radican en constatar que los incentivos funcionan como una piedra angular de la vida moderna, todos tenemos motivaciones especiales, las calificaciones escolares son una clara muestra de ello ante nuestros padres, jamás será lo mismo un «panzé con 6» a un «glorioso 10», las mesadas del mes podrían estar sujetas a nuestro rendimiento escolar.
De igual manera, la sabiduría convencional suele equivocarse a menudo, las leyendas urbanas que suelen contar las abuelitas sirven como el mejor ejemplo: «No nades después de comer, te vas a morir», «Tomar 8 vasos de agua al día es bueno para la salud», «El aumento de salarios es el responsable de la inflación» y un largo etcétera.
Si me preguntaran, ¿Qué fue lo que más te gustó de Freakonomics? sin duda diría que me impactó mucho saber que los efectos drásticos frecuentemente tienen causas lejanas, me explico.

Antes del año 2000, los índices de criminalidad en Estados Unidos se habían desatado de una manera brutal, los pronósticos no eran buenos, todo lo contrario, eran pesimistas y extremistas, a pesar de que se tomaron fuertes medidas para contrarestar este problema (más vigilancia, control de armas, estrategias policiales innovadoras) simplemente no había solución… Hasta que un día, de repente, el índice de asesinatos en Estados Unidos comenzó a descender. ¿Cómo pasó esto?
La lógica indicaría que las acciones gubernamentales dieron frutos, los más prestigiados académicos y periodistas se fueron con «la finta» y atribuían las mejorías en seguridad al gobierno, pero esto no era cierto.
El extraordinario descenso de la criminalidad estaba asociado con una jovencita nativa del estado de Dallas, llamada Norma McCorvey. ¿Era policía?, ¿Tenía las esferas del dragón?, ¿Era Batman?… No, ella sólamente quería abortar. Ella no tenía educación, no sabía hacer nada, tenía problemas de alcoholismo y drogas, además ya había dado en adopción a dos hijos, definitivamente estaba muy lejos de ser la madre del año, el futuro que podría ofrecerle a su hijo era incierto, por decirlo de manera elegante, por eso quería abortarlo.
Gracias a este mediático caso, el 2 de enero de 1973 se permitió el aborto legalizado en todo el país. Las estadísticas indicaban que un niño que crecía en un entorno complicado y adverso tenía más probabilidades de convertirse en un delincuente. Es así que durante el año 2000, ya habían pasado unos 20 o 25 años desde que se generó la «primera generación de abortos» y por consecuencia había menos jóvenes con las características y el entorno de convertirse en ladrones, y eso se vio reflejado en las cifras, fue una acción que nadie esperaba y que se llevó a cabo en un largo plazo, como diría Ximena Sariñana «Cashi sin querer».
Al darme cuenta de la forma en la que ve la economía el señor Levitt no tuve de otra más que quitarme el sombrero y felicitarlo desde mi humilde residencia, al estilo del equipo Scooby Doo, persigue acciones, investiga, no se deja guiar por lo lógico y logra capturar la verdad, esa verdad que permanece oculta para la mayoría de las personas, menos para él, menos para el Indiana Jones (o el Scooby Doo) de la economía.