
La vara estaba muy alta para Dragon Ball Super. Los recuerdos nostálgicos que habitaban las mentes de millones de fanáticos generaron una expectativa más grande que el apetito de Agustín Carstens. La sola idea de alcanzar el mismo éxito de las sagas predecesoras parecía más difícil que la campaña de Pepe Meade remonte a la de «ya sabes quien«.
Pese a todo ello, a una semana de que finalicen las transmisiones de DB Super en Japón, me parece que ya podemos realizar una reflexión final sobre el anime (acertaron, no tengo novia y pues… tengo tiempo para estas cosas).
Hay que aceptar que el inicio de lo que hoy conocemos como Dragon Ball Super no fue fácil, hubo mucha planeación y proyectos previos para que Toei Animation se animara a lanzar una nueva serie.

Cuando la distribuidora del anime declaró que estrenarían la película «Dragon Ball Z La batalla de los Dioses» (2013) los seguidores de las aventuras de Gokú enloquecieron y cortaron con sus novias para entregarse en cuerpo y alma a las nuevas aventuras de «Kokún» (bueno, los que tenían novia, como ya lo saben… yo no tuve que recurrir a ello).
Y la verdad es que no era para menos, había pasado más de una década sin contenido nuevo de la franquicia (DB Kai estaba basado en Dragon Ball Z y fue un fracaso en Latino américa por la mala elección del doblaje de la serie).

Un par de años después la secuela «Dragon Ball Z La resurrección de Freezer» (2015), tuvo el mismo éxito en las taquillas cinematográficas del mundo, por lo que se generó la expectativa necesaria para que se diera luz verde al proyecto de Dragon Ball Super (2015).
Ya una vez dejado atrás el contexto (que considero «obligatorio» agregarlo), vayamos al grano. ¿Dragon Ball Super cumplió con las expectativas de la generación que crecimos viendo el anime? La respuesta es un rotundo: sí.
Estoy consciente de que muchos fanáticos de la serie saltarán de sus sillas blancas con un logo de cerveza «Corona» y apretarán mi cuello exclamando con furia: «¡¿Qué te pasa?!, nos quedo a deber un buen la serie, pinche Akira Toriyama, ya no hace las cosas como antes, se le acabaron las ideas chingonas«, pero esas apreciaciones me parecen incorrectas debido a una razón: la nostalgia.
La historia de Dragon Ball está a años luz de narrar una trama compleja como Death Note o Shingeki no Kyojin, aunque eso no la demerita como producto de entretenimiento, todo lo contrario, supo dar mucho con tan poco.
Curiosamente, la historia de Dragon Ball (la serie original que, por cierto, muy pocos «fans» han visto completa), tenía historias más creativas, con simbolismos increíbles como el agua sagrada, la nube voladora o las semillas del ermitaño.
En aquel entonces, reunir las siete esferas del dragón representaba toda una odisea, ver salir a Shenlong era todo un acontecimiento que te ponía la piel chinita… (En mi niñez llegué a reunir siete balones de fútbol en el patio de mi casa, esperando que el gran dragón me cumpliera un deseo, nunca salió ni a decirme orita no joven).
Lamentablemente, con el paso del tiempo, juntar las esferas del dragón era más fácil que reunir firmas falsas para ser candidato independiente a la presidencia de México.

Hay que aceptarlo, la mayoría de las historias de la saga más exitosa de la franquicia (Dragon Ball Z), tenían una estructura, o como diría Joseph Campbell «un camino del héroe» que bien se podían resumir en:
1. El héroe se encuentra en su mundo ordinario.
2. Se le presenta un problema o desafío.
3. Aparecen nuevos adversarios y aliados.
4. El héroe enfrenta una prueba difícil o traumática.
5. El héroe obtiene una recompensa al mostrar todo lo aprendido.
6. Regresa al punto número 1.*
(Estos puntos resumidos los publicó Joseph Campbell en el libro «El héroe de las mil caras» publicado en 1949).

¿A qué viene todo esto?, a un punto muy sencillo, la franquicia Dragon Ball tiene dos objetivos muy claros: Entretener y vender mercancía, y ambos puntos los ha conseguido con creces.
Fue increíble observar la convocatoria nacional y mundial que provocó la pelea de Gokú vs Jiren, tanto así, que gobiernos estatales y municipales proyectaron el capítulo en plazas públicas (a muchos no les importó la advertencia de Toei Animation de no contar con los derechos de transmisión y la emitieron).

La verdad es que los creadores de Dragon Ball entendieron durante el último arco argumental de la serie que no era necesario descubrir el hilo negro, lo que buscan los antiguos y nuevos fans de la historia de Dragon Ball es ver transformaciones impactantes y «putazos» monumentales, y eso les dieron.
Los primeros 27 capítulos de Dragon Ball Super abarcaron el contenido de las dos películas que se realizaron con anterioridad, con una calidad de imagen que dejaba muchísimo que desear (ver el famoso capítulo cinco) y con una reducción de violencia (y sangre) que alejó al público de antaño y que no atraía a las actuales generaciones.

Para efectos científicos, Dragon Ball Super comenzó en el capítulo 28, cuando Toyotaro (sucesor de Akira Toriyama) y el equipo de producción de Dragon Ball Super entendieron lo que el público quería y se lo dieron. Aunque la saga del Torneo del Universo 6 vs el 7 no fue nada del otro mundo, se comenzaron a retomar aspectos nostálgicos que volvieron a acercar a los fans, como lo fue la famosa técnica de Gokú: el kaioken.
Lo verdaderamente interesante y hasta cierto punto «innovador» comenzó en el capítulo 47, con el inicio de la saga de Gokú Black. La historia se volvió tan compleja que tenías que tener un doctorado en Harvard o en Stanford para entenderle por completo, aunque de acuerdo al hijo del señor que atiende una papelería cercana a mi casa: «estaba bien chingona«.

Definitivamente el epítome de toda la serie fue la última temporada, denominada como Saga de la Supervivencia Universal, a lo largo de la semana subiré más artículos para conmemorar el final de la serie y profundizaré en este punto, pero hay algo que si puedo decir ahora: La saga tenía TODO lo que nuestra generación pedía a gritos.

Aunque recordamos con mucho cariño grandes sagas como la del mariposón de Freezer, la del heteroflexible androide Cell o la del diabético Majin boo, Dragon Ball Super estuvo a la altura con openings y endings geniales, con música incidental emblemática y con un desarrollo de personajes estupendo (¿acaso no amaron a los Dioses de la destrucción y a los Ángeles?).
Al día de hoy podemos decir: Gracias Akira Toriyama, por hacernos revivir nuestra infancia a un sin número de frikis que los domingos ya desayunamos chilaquiles picosos en vez de Hot Cakes… ¡Misión cumplida, vaquero! (o Saiyajin, lo que se acomode mejor).
