Todo comenzó un sábado 17 de mayo de 2008, recuerdo ese día como si fuera mi contraseña de acceso al iPhone.

Esa mítica tarde de sábado, yo era uno de los mil quinientos espectadores que asistieron al Centro Cultural Telmex a ver La Bella y la Bestia, el musical de Broadway. Mis expectativas de la obra eran las normales, esperaba escuchar las canciones de la película de Disney, quedar bien con la novia y sobre todo, desquitar el elevado costo del boleto, unos 650 pesos en zona VIP, pero nunca imaginé que esa obra me cambiaría la vida.
No hacía falta esperar a que la obra «agarrara su ritmo» para dejarse envolver por «la magia Disney», desde que empezó la obertura y el narrador inició diciendo con una voz grave y profunda: «Érase una vez en una tierra lejana, un joven príncipe que vivía en un castillo…», mi mente se impactó ante el enorme castillo que apareció en escena ¡Puf! y ¡eso no era nada!, habían poblados enteros que aparecían en un instante, utensilios de cocina que cobraban vida, vestuarios de fantasía, voces encantadoras, música entrañable y coreografías más coordinadas que la CNTE, ¡Todo era perfecto!
La magia de La Bella y la Bestia era incomparable, nunca en mi vida había visto algo parecido, al terminar la función no podía dejar de pensar ¿Fue mucho o poco lo que pagué por mi boleto? la respuesta depende del cristal con que se mire. Por una parte, Ocesa Teatro (empresa encargada de producir el montaje) tiene fuertes gastos en sueldos, mantenimiento, producción y publicidad pero también tiene importantes ingresos por patrocinios y boletos pagados por el público, vitales en la corta o larga vida de cualquier temporada teatral.
Y yo quería poner mi granito de arena, durante el año y medio de temporada que estuvo la Bella y la Bestia en la Ciudad de México, pude verla 8 veces, había ocasiones en las que no desayunaba nada o prefería caminar antes que gastar en camiones o taxis, todo ahorro, por más insignificante que pudiera parecer, me era de gran ayuda para comprar un nuevo boleto, después de todo ese era mi costo de oportunidad (todas las cosas a las que renunciaba para obtener más teatro).

El resto es historia, desde que vi que esa obra me hice fanático de los musicales y las obras de cámara, he visto decenas de obras desde aquel 17 de mayo de 2008, con la esperanza de volver a sentir aquella mágica sensación, lamentablemente, el teatro es un hobbie costoso, cada decisión que tomó tiene una consecuencia, si me compro un frappe capuchino, venti, con crema batida, chispas de chocolate y leche «light» en el Starbucks más ostentoso del Centro Histórico, no hay teatro; si me inscribo a un diplomado o a clases de matemáticas, no hay teatro; por eso debo aprender a tomar las decisiones correctas con la información y los recursos que tengo a la mano.
Este es el objetivo primordial que tiene este sitio web llamado: Escenario Económico, contribuir a la divulgación económica para nuestra toma de decisiones diarias, cada quien tiene su pasión o sus placeres culposos por cumplir, y si estamos más informados sabremos como enfrentar a cualquier amenaza que llegue a la tierra a exterminarnos o en su defecto, a gastar mejor y a planificar supercalifragilísticamente.
Sean bienvenidos a este su espacio, quedo a tus órdenes ante cualquier sugerencia, petición, reclamo o pensión alimenticia. Prometo trabajar arduamente para que este sitio te sea de utilidad.
La curiosidad mató al gato… seamos los próximos.
Héctor Díaz Usla
Director General de Escenario Económico
Mándame un correo a: hector.diaz.usla@escenarioeconomico.com
Sígueme en el Twitter: Hector_Dius
¡Muchas gracias por leer la primera columna Lety! Esperamos conseguir el objetivo de divulgar la economía 🙂
Me gustó mucho tu anécdota. Buen principio para divulgar los principios de la economía. Felicidades!
Así es Mario, lo bueno cuesta, casi siempre dinero jajaja Gracias por leer el texto 🙂
Interesante forma de comentar una experiencia sobre el arte y utilizar muchos conceptos de economía para tomar excelentes tomas de decisiones.